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Sor Martina Vázquez |
Yo era un
niño de seis o siete años y lo recuerdo vagamente. No sabría decir el motivo
pero, cada vez que pasábamos por allí, mis padres solían parar en la cuneta y al
pie de la pequeña cruz rezaban una breve oración por sor Martina, para
continuar enseguida el viaje. Junto a la carretera de Vall de Uxó a Segorbe ha
estado siempre, era uno más de los pequeños altares conmemorativos de las
víctimas de lo que durante el franquismo se denominaron los “crímenes del
periodo marxista”.
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Monolito Conmemorativo de Sor Martina Vázquez |
En aquel
entonces, durante los sesenta, a pesar de haber pasado más de un cuarto de
siglo, los excesos cometidos por las hordas durante aquella “dominación roja” continuaban
estando muy presentes. Los lugares donde fueron asesinados los mártires, destilaban
un halo especial de veneración para toda una generación que había mamado la exaltación
del sacrificio de los caídos durante la “Cruzada”, holocausto debidamente
avivado por el nacional-catolicismo. Como se ve, no faltaban epítetos para detallar
aquellas masacres y condenar a los criminales que las llevaron a cabo.
Lo que no
sospechábamos, ni seguramente supieron tampoco sus verdugos, era la
personalidad de la religiosa allí asesinada, una monja que fue nada menos que
Capitán General.
Su
nombre civil era el de Martina Vázquez Gordo y había nacido en Cuéllar (Segovia) en 1865. Digamos
que su nombre entra en la historia del Ejército Español a raíz del desastre de
Annual, en 1921. En aquel entonces, ante la magnitud del triste episodio en el
que murieron diez mil españoles y el repunte de los acontecimientos bélicos en
la aventura colonial, se hizo perentoria
la necesidad de enfermeras y sanitarias para asistir a los soldados heridos en
la guerra de África. Allí fue enviada sor Martina como responsable de 42 Hijas
de la Caridad para hacerse cargo de los centros sanitarios militares en
Melilla.
Ante
la ausencia de medios materiales, viendo el más que lamentable estado de las
cosas, con soldados que fallecían durante el transporte o la falta de espacio
donde asistirlos, sor Martina tuvo que bregar contra todas las dificultades que
desde las altas instancias se le presentaban. Con los barracones Docker del
Hospital Militar de Melilla completamente repletos de heridos, la religiosa solicitó la cesión del casino de oficiales para disponer
de más espacio. El hecho es que a la oficialidad no debió gustarle la continua
intromisión de aquella monja en “sus asuntos”.
Ni
corta ni perezosa sor Martina se puso en contacto con el Ministro de la Guerra,
a la sazón don Juan de la Cierva y Peñafiel, exponiéndole las trabas que en el
ejercicio de su labor se topaba continuamente con aquella caterva de
gerifaltes, mientras los soldados españoles se desangraban.
Ante
este estado de cosas el Ministro nombró a la monja Capitán General a través de
un telegrama. A los militares no les
cupo más remedio que obedecer sus órdenes y sor Martina continuó, ahora sin
trabas, con la organización de los hospitales militares en la guerra del Riff.
En el
siguiente episodio sor Martina se nos aparece ya en Segorbe, donde ejerció
muchos años. La guerra civil acaba de comenzar y aquella monja que había sido
Capitán General contaba ya con 71 años. En la capital del Alto Palancia fue
nombrada Superiora del Hospital. A la altura del mes de octubre de 1936 la
vorágine revolucionaria no había menguado y las persecuciones religiosas y los
asesinatos seguían produciéndose en uno y otro lado. De esta manera, el día 4
de aquel mes, ya anochecido, tres hombres: Pedro López Sánchez, Manuel
Fenollosa Medina (Marchén), y Emilio Pérez Montoro (el Escobero) fueron a
buscarla con la excusa de conducirla a declarar al Gobierno Civil de Castellón.
En la calle esperaba el coche junto con el conductor y otro hombre más, Manuel
Chagoyen López (Navarro). Apenas arrancado, el automóvil quedó averiado por lo
que el grupo detuvo a otro conductor que por allí transitaba, siendo obligado a
punta de pistola a realizar el funesto transporte.
Seguramente,
los detalles de lo que sucedió a partir de aquí mezclen trazos de dramática
realidad con la mencionada exaltación con la que se trató el suplicio de sus
mártires durante todo el periodo franquista. El caso es que la historia cuenta
que sor Martina, sabedora de su fatal destino, pidió a sus ejecutores que lo
que tuvieran que hacer lo hicieran allí mismo sin necesidad de ir más lejos. El
coche había llegado al desvió en el que la carretera tomaba la dirección hacia
Algar-Vall de Uxó-Castellón.
Tras
descender el grupo, sobre la misma cuneta, los milicianos le ordenaron que se
diera la vuelta. Sor Martina se negó y, tras perdonarles por lo que iban a
hacer, el tal Marchen le descerrajó un disparo de escopeta en plena cara.
Todavía con vida, yaciendo en el suelo entre quejidos de dolor, fue rematada
con otra descarga en el vientre.
Se
dice que, de muchachos, sus verdugos habían sido alimentados por ella en el
Comedor de la Caridad que las hermanas tutelaban en la ciudad segorbina.
Al día
siguiente su cadáver fue descubierto por un vecino de Algar que lo recogió y
trasladó con el carro hasta el pueblo, donde fue enterrada. Al finalizar la
guerra sus restos fueron llevados a Segorbe, y en 1959
viajaron de nuevo hasta su pueblo natal de Cuéllar.
Sus
asesinos fueron detenidos y ejecutados en la inmediata posguerra.
Sor
Martina Vázquez Gordo, la monja que fue Capitán General, fue beatificada en
2013.
Muchos
restos de las víctimas de aquel odio exacerbado también esperan hoy su
recuperación, su reconocimiento y su dignificación.
Interesante artículo con un excelente complemento fotográfico.
ResponderEliminarMuy buena, sobre todo, la fotografía de la cabecera que, aunque sencilla y sin retoques, transmite toda la idiosincrasia del lugar de la tragedia que el texto narra.
Esa maleza que ha crecido alrededor de la cruz, tomada con un plano a ras de suelo, traslada al espectador el efecto del tiempo ya pasado desde el suceso así como la percepción, casi tangible, de la soledad y la paz que respira el lugar.
Enhorabuena por el artículo y felicidades al autor de la foto por todo lo que ha sabido transmitir desde la sencillez de la misma.