martes, 1 de diciembre de 2009

LATA DE LECHE CONDENSADA “EL NIÑO”. TRINCHERAS DE LA RIERA, NULES

La alimentación del soldado durante las jornadas de combate se limitaba a una ración de circunstancias, siempre restringida por las necesidades del momento.
Las tropas andaban siempre en movimiento y las cocinas quedaban en retaguardia, de modo que cuando el avance o la retirada se detenían y el frente quedaba estabilizado, aún por unas pocas jornadas, el rancho era transportado hasta primera línea a lomo de los mulos.
Ello era motivo para que en no pocas ocasiones las comidas llegaran tarde o frías, o incluso no llegaran, por lo que no había ningún tipo de horario para realizarlas.
Ante este tipo de eventualidades siempre se echaba mano de las latas de conserva, latas que el combatiente para afrontar una o varias jornadas de lucha estaba obligado a cargar, por su propio interés, con las estrictamente necesarias, evitando pesos y bultos inconvenientes que le dificultaran la movilidad; por otra parte, el continente no podía más que ser enlatado (el embutido era un auténtico lujo) por la evidente funcionalidad del recurso.
Son abundantes los testimonios de soldados que cuentan como eran enviados al combate con algunas decenas de cartuchos, un par de granadas de mano y una simple lata de sardinas, bajo las gélidas estepas turolenses o en el tórrido verano mediterráneo. Y es que la lata de sardinas o de carne y el bote de leche condensada fueron los inseparables recursos en la ingesta de los combatientes durante nuestra Guerra Civil, productos que proporcionaban un mínimo y necesario aporte energético y proteico.
Ante estas limitaciones alimenticias durante las acciones bélicas, a menudo había que echar mano de lo que el inmediato entorno (o la rapiña) ofrecía: bellotas, almendras, aceitunas, algarrobas… y cualquier soldado medianamente prevenido llenaba su mochila de este tipo de complemento alimenticio para poder ir tirando hasta que el rancho llegara.
Alrededor de las trincheras aparecen todavía multitud de restos de aquellos alimentos enlatados que con profusión calmaron el hambre más acuciante de los soldados en primera línea. La lata de sardinas de la fotografía, junto con otras muchas similares, apareció en el término de Caudé (Teruel) a lo largo de un murete en el que la tropa se debió de dar un “banquete” a resguardo de las vistas enemigas. Además de la fecha de envasado de la conserva -1937- en la lata aparece la inscripción “Importe d’Espagne”, leyenda muy frecuente entre los enlates de sardinas, pues durante los años treinta buena parte de la producción conservera era exportada a Francia.
Otro de los restos hallados en el término municipal de Nules (Castellón) pertenece a una lata de leche condensada “El Niño”, que junto con la marca “La Lechera” fueron las conservas de este tipo que más abundaron en los frentes.
Tratar de dilucidar a cual de los bandos perteneció es algo más complicado, pues aunque ambas conservas fueron producidas en la zona cantábrica, ésta permaneció en manos de la República hasta bien avanzado el mes de octubre de 1937, por lo que la existencia de productos alimenticios de aquella región almacenados y distribuidos posteriormente pudo perfectamente alcanzar fechas más tardías.

Juan Fco. Fuertes Palasí

Publicado el 22 DE NOVIEMBRE DE 2009en lermitamon