jueves, 13 de octubre de 2011

MUERTE EN LA SIERRA


Joaquín, un nonagenario vecino de Chóvar, tenía diecisiete años cuando a los pocos días de finalizada la guerra decidió darse un paseo por el castillo de Castro para curiosear. Pero no llegó a la cima. Una vez alcanzadas las estribaciones más altas comenzó a toparse con las líneas defensivas que apenas quince días antes ocupaban los defensores republicanos. Del interior de una de las trincheras pudo ver como sobresalían los restos cadavéricos de un soldado que le observaban a través de sus cuencas vacías; algo más adelante, aún enganchado en una de las alambradas, pendía otro acartonado despojo. No se atrevió a ver más, con el miedo metido en el cuerpo dio media vuelta y regresó al pueblo.
En los años cincuenta mi tío era estudiante de medicina en la facultad de Zaragoza. Durante uno de sus periodos vacacionales, junto a otro compañero, organizó alguna excursión por las vaguadas del mismo Castro buscando huesos humanos, preciadísimo material de estudio para los futuros galenos; y vaya si los encontraban. Llenando las calaveras con habas secas a través del orificio basilar y echándoles agua lograban separar los distintos huesos que conforman la bóveda craneal, consiguiendo un despiece perfecto; luego se repartían el valioso y didáctico botín.
En la que yo recuerdo mi primera salida a la sierra de Espadán en compañía de algunos amigos, allá por el año 68, unos obreros estaban abriendo o reparando una pista; al pasar por allí, mientras le daban al pico y la pala, cerca de ellos, los chavales nos quedamos mirando los restos de una cabeza humana que los trabajadores habían encontrado en un talud; uno de los operarios nos dijo:
-Si os gusta os la podéis quedar.
Por supuesto que nos la quedamos, pero una vez en casa, cuando mi padre la descubrió días después, nos hizo quemar las “reliquias” de aquel semejante tras advertirnos de lo sacrílego de nuestra acción.
Bastante más tarde, creo que en el verano de 1980, sucedió el gran incendio de Espadán, en el que prácticamente ardió toda la sierra. Las brigadas forestales y el propio ejército que había acudido a colaborar en la extinción no podían acercarse a los fuegos, pues en ellos toda suerte de proyectiles de todos los calibres hacían explosión con el calor de los incendios.
Los relatos y los diarios personales que nos han legado cuantos lucharon en lo alto de Espadán durante aquellas sangrientas jornadas están repletos de detalles de horror que hoy al contemplar su belleza y esplendor se nos hacen inimaginables.
Los requetés de Valiño murieron a decenas intentando conquistar los famosos “Dos Tetones”, dos montículos gemelos a los pies de Rápita, testigos mudos de una tragedia cuyos vestigios sólo el paso del tiempo y la misma vegetación han conseguido borrar. El espectáculo de las reatas de mulos descendiendo por los caminos cargados de muertos debía de ser demoledor para los soldados que ahora se encaminaban a afrontar el combate hacia la primera línea.
En Tales, un proyectil republicano fue a caer sobre una caballería cargada de granadas de mano alrededor del cual se encontraba la tropa, el resultado de la tremenda explosión fue una visión espeluznante de cuerpos desmembrados. Pero los defensores rojos no lo estaban pasando mejor. Durante el bochorno estival las moscas y los insectos, excitados con el calor y con los cuerpos putrefactos, atormentaban a los soldados.
En las trincheras las carencias se manifestaban en los equipos, la indumentaria y la alimentación, muchos combatientes calzaban alpargatas completamente raídas y andaban prácticamente descalzos, la mugre de semanas se acumulaba sobre unos uniformes acartonados, los piojos proliferaban en sus costuras, la sed y el hambre desesperaban, todos los días había alguna deserción. Hacia el final de la guerra menudearon los casos de confraternización y desde las alturas de Castro los famélicos republicanos atendían a las reiteradas invitaciones de los soldados nacionales, que de aquel modo intentaban socavar su moral; descolgándose en grupos hasta tierra de nadie comprobaban las excelencias de sus raciones, las cuales devoraban con una voracidad difícil de disimular.
Hasta el final de la guerra se mantuvieron inamovibles las posiciones. El 28 de marzo de 1939, cuatro días antes del final de la guerra, los defensores comenzaron a abandonar las trincheras en grupos, nadie hacía nada por impedirlo. Los oficiales se arrancaban las divisas y emprendían la incierta huída. Algunos regresaban a sus hogares, otros se apresuraban a encontrar algún medio que les condujera hacia el exilio. Mi abuelo, a la sazón padre de familia y reclutado por la República con las quintas de los llamamientos más maduros, acompañaba a un comisario que le decía:
-¡Palasí, acompáñeme hasta Valencia que allí nos espera un barco!
Temeroso de cualquier reacción violenta mi abuelo hizo lo que le pedía. Conforme descendían de la sierra iba quedándose atrás, cada vez más y más rezagado, hasta que llegado un punto en el que ya mediaba cierta distancia de seguridad le gritó:
-¡Adiós, me voy a mi casa!
Para los que lograron sobrevivir, aquella tragedia había terminado. Ahora empezaba otra.
Ambas tragedias siguen doliendo a muchos, y aunque sólo fuera por respeto a quienes las padecieron, las nuevas generaciones no debieran olvidarlas.
JUAN FCO. FUERTES PALASÍ

1 comentario:

  1. Hola Juan FRancisco, me llamó Tony y soy de un pueblo de badajoz. LLevo años intentando encontrar los restos del hermano de mi padre, muerto en la guerra con diecisiete años. Hace poco murió un compañero suyo que estuvo con el en la guerra y por casualidades de la vida le explicó a su hija antes de morir donde estaba enterrado mi tío, porque él estaba presente cuando le mataron y le enterraron, y le dijo que estaba enterrado (él sólo, no en una fosa común)
    a la entrada de un pueblo que se llamaba CHOVAR, donde hay un árbol muy grande con las raíces por fuera y hay un terraplén y que a 200metros había enterrado el cuerpo de otro soldado. He leído su blog y he pensado que igual sabe algo sobre el tema y podría ayudarme e informarme. Muchas gracias y un saludo. Atentamente tony

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