sábado, 6 de septiembre de 2014

LA COTA 300, PUNTO CLAVE PARA LA TOMA DE CUEVAS DE VINROMÁ



Las Cuevas de Vinromá es un pintoresco pueblo de la comarca del Maestrazgo. Se trata de un puñado de casas apretujadas a los pies de una pequeña iglesia situada en un pequeño montículo a orillas del río San Miguel, en la llanura formada por las cordilleras montañosas de las Atalayas de Alcalá y de la Sierra Engarcerán. Separado 40 kilómetros de la capital de La Plana, su población es de cerca de 2000 personas, dedicándose la mayoría a la agricultura y la ganadería. Cuesta imaginar que estas estrechas calles, donde hoy en día se respira sosiego y relajación, hace 75 años se vieran envueltas en los convulsos años de nuestra Guerra Civil, concretamente en una serie de acontecimientos militares que llenarían sus calles de muerte y de destrucción, obligando a la mayoría de sus vecinos a abandonar la población.
Paseando hoy día por sus calles, apenas quedan vestigios de aquellos días de lucha fraticida: algunos viejos piquetes de alambrada oxidados en el muro de un huerto o una olvidada bayoneta, clavada en una pared a modo de estaca, para sujetar cualquier pertenencia inservible. Su cometido: el de desgarrar la carne del enemigo; pero, como nuestra memoria, aquel se ha ido perdiendo con el paso de los años. Sin embargo, basta con que ascendamos en un pequeño paseo por el alto de la Morería, al Bovalar o a las últimas estribaciones de las Atalayas para poder observar los restos de las trincheras excavadas por los dos contendientes: kilómetros y kilómetros de zanjas y parapetos que, como profundas cicatrices, recorren los campos de nuestros pueblos y aunque el tiempo poco a poco las va haciendo desaparecer, no las deberíamos olvidar para recordar qué llevó al pueblo español a tan insensata lucha.
La cota 300 es una pequeña loma situada al nordeste de Cuevas de Vinromá desde la cual se domina todo el pueblo y la llanura que lo rodea; conocida coloquialmente como “Los Colls de Plaga”, a sus pies discurre el río San Miguel, el cual se va cerrando en gargantas y estrechos pasos creando un foso natural hasta su desembocadura en el mar, a la altura de Cap i Corp. Militarmente resulta un punto muy estratégico -tanto para la defensa como para la conquista de la población que domina-, por lo que es lógico pensar que ambos contendientes se aferraran a él en una lucha encarnizada. Una tierra baldía, solo apta para el ganado y para algunos pequeños bancales de algarrobos, que costó la vida de demasiados jóvenes españoles. Su historia, como la de cientos de montes de nuestra geografía, pasa sin pena ni gloria por nuestra memoria, tan solo alterada por pequeños recuerdos contados por nuestros abuelos. Aquellas “batallitas” libradas en nuestros montes, rememoradas cientos de veces en las interminables tertulias familiares de nuestra infancia; aquellos combates entre rojos y azules, en una guerra que se nos antoja lejana e inútil.
En la actualidad, la cota 300 ha sido devastada por un pequeño incendio forestal que ha dejado visible sus cicatrices, de modo que setenta y cinco años después nos desvela sus secretos. Paseando por esta tierra calcinada, vemos los restos de las trincheras, los cráteres de los obuses, restos de latas, metralla, fragmentos de alambre de espino y balas. Las huellas de la guerra siguen vigentes en esta colina como mudos testigos de los duros enfrentamientos que sostuvieron allí los anónimos protagonistas de las “batallitas” de nuestros abuelos. Se hace difícil imaginar que entre estos surcos de tierra y estos montones de piedras se apretujasen decenas de hombres, temerosos de sus vidas, esperando que terminaran las explosiones de los obuses para enfrentarse cara a cara con el rostro de la guerra. Conozcamos, pues, a sus protagonistas a través de los restos de la batalla.


  Restos de vainas de cartuchos soviéticos de 7,62 mm, pertenecientes probablemente a las tropas republicanas.


 Restos de un proyectil de 105 mm lanzado por las tropas nacionales contra las  republicanas. Como se puede observar, los restos de los combates siguen presentes setenta y cinco años después.
 
LOS PROTAGONISTAS.

El 15 de abril de 1938 las tropas franquistas alcanzaban el Mar Mediterráneo a la altura de Vinaroz-Benicarló, cortando en dos el territorio republicano. Concluía así una de las operaciones militares más bien planeadas y ejecutadas del ejército rebelde: la llamada Ofensiva de Aragón había llegado a su fin. El alto mando franquista estaba exultante, dos años después del 18 de julio de 1936: aunque no había alcanzado la conquista de Madrid, sus tropas habían llegado al Mediterráneo, consiguiendo así cortar las comunicaciones de la República con Cataluña, de manera que todo hacía preveer que la guerra se acercaba a su fin.
La República no pasaba por uno de sus mejores momentos: el Ejército de Maniobra, al mando del coronel Leopoldo Menéndez, había sido completamente deshecho. Tras la pérdida de Vinaroz, una parte de sus unidades se había disgregado hacia Cataluña, mientras otras se aferraban en taponar el avance por la costa hacia Castellón. Todo hacia preveer que, de un momento a otro, el ejército franquista se lanzaría en tropel hacia la conquista de Valencia. La República, como ave Fénix que renace de sus cenizas, en un autentico prodigio de organización moviliza las últimas quintas, entre ellas la de 1941, llamada coloquialmente “del Biberón”; jóvenes de 17 años sin instrucción militar que serán arrojados como carne de cañón ante la vorágine de la guerra. Junto a ellos será movilizada también la “Quinta del Sac”: hombres de más de 40 años, con los ojos más puestos en su familia que en parar los fuertes ataques enemigos. Así, jóvenes imberbes y hombres mayores se mezclarán con tropas curtidas en centenares de batallas para crear una resistencia numantina; su meta: impedir a toda costa el avance hacia Valencia. Bajo el lema del Doctor Negrín -presidente del gobierno- “Resistir es Vencer”, se crearán dos líneas de resistencia para impedir el avance hacia Castellón: una primera formada por las localidades de Ares-Catí-Salsadella-Peñíscola y otra formada por las localidades Ares-Albocácer-Cuevas de Vinromá-Alcalá de Xivert-Alcocéber. Para ello se movilizará a quince batallones de ingenieros y a todo el personal civil disponible. La prensa castellonense, bajo el lema “Gotas de sudor para evitar ríos de sangre”, incita a la población civil a fortificar de manera frenética.
Frente al Ejército de Maniobra republicano se encontraba El Ejército de Galicia, compuesto por las divisiones franquistas 4ª, 55ª, 83ª y 84ª al mando del General Aranda. Las órdenes del ejército rebelde son las de avanzar tan pronto se pueda por los ejes de las carreteras que desde Vinaroz y San Mateo se dirigen hacia Castellón; para ello lanzarán a las aguerridas Divisiones de infantería 4ª y 83 contra la primera línea defensiva republicana. El ejército franquista se encuentra con una excelente moral y perfectamente pertrechado, apoyado por una gran masa artillera y protegido por un grupo de carros de combate, además de disponer de la aviación de la Legión Cóndor, la cual se está desplazando desde su base en Zaragoza a su nueva ubicación en la población de La Sénia, para desde allí poder apoyar con más eficacia el avance de las tropas franquistas hacia la capital de La Plana: la Ofensiva sobre Valencia es inminente.
En resumen, ante un disciplinado ejército que venía avanzando imparable, confiado en la victoria, presentando una unidad en sus objetivos, convencido en la sagrada misión de su cruzada y bien pertrechado y auxiliado desde la retaguardia, se enfrentaba otro que se batía en perenne retirada, mal equipado y peor abastecido, procedente en gran parte de la recluta forzosa de adolescentes y padres de familia, portadores todos ellos de una tibia moral que solo el miedo a las represalias era capaz de movilizar, formado en una minoría por idealistas que aun creían en la victoria, soldados en suma que a sus espaldas no contaban más que con una población hambrienta, castigada por la guerra y con el íntimo deseo de que aquel mal sueño terminase pronto.[1]  Y sin embargo, todavía se enzarzó en una lucha de resistencia que obligó al alto mando franquista a replantearse toda la Batalla de Levante.

LA BATALLA DE LEVANTE.
El 18 de abril de 1938, tras apenas tres días de descanso y sin preparación artillera,  la 4ª División de Navarra se lanza contra las posiciones republicanas de la Sierra de Irta. Su objetivo -despejar la carretera nacional 340 y conquistar Peñíscola- se salda con un auténtico fracaso, pues es atacada por la aviación republicana[2] y por fuerzas de la 107 Brigada Mixta republicana[3]. Esta reacción ofensiva por parte del ejército republicano desconcierta momentáneamente a las tropas franquistas, que pensaban que el avance hacia la capital de La Plana sería relativamente fácil. Por el interior, la 83 División Nacional apoyada por tres trimotores Junkers J-52 y 17 cazas, conquista la población de Tírig y avanza hacia Salsadella[4]. La guerra, inexorablemente, se acerca hacia Cuevas de Vinromá.
Tras duros enfrentamientos, el día 19 las tropas franquistas conquistarán Peñíscola y Santa Magdalena de Pulpis, pero la dura orografía de la Sierra de Irta y la tenacidad del ejército republicano ralentizan su avance. La llegada de unidades nuevas -como la 211 brigada de Carabineros, que se atrinchera en el castillo de Xivert- y la presencia de un tren Blindado, convierten el avance franquista por la carretera de la costa en un hueso muy duro de roer, por lo que se le ordena a la 83 división franquista que ataque por la carretera que desde San Mateo se dirige hacia Castellón. Ésta conquistará Salsadella el día 20, pero será detenida en el monte Encanes por fuerzas de la 79 Brigada Mixta. El tercer batallón de esta brigada será el encargado de defender esta posición situada dos kilómetros al sur de Salsadella.

COMBATES EN LOS “PEÑASCALES”.
El día 20 de abril, tropas republicanas de la 79 Brigada Mixta llegan al monte Encanes procedentes de su progresiva retirada del sector de Tírig. Su misión es constituir un centro de resistencia en esta importante cota que impida el avance franquista en dirección a Cuevas de Vinromá. Para ello, posicionará a su tercer batallón en vanguardia, ocupando las principales alturas; el primer batallón protegerá el flanco izquierdo y el segundo el derecho, quedando el cuarto de reserva. El monte Encanes pasará a formar parte del dispositivo de defensa republicano bajo el nombre de posición “Peñascales”.
A las 15:30 horas de ese día aparecen por la posición Peñascales numerosos soldados republicanos pertenecientes a la 52 Brigada Mixta, quienes se retiran desordenadamente de sus posiciones en la ermita de San José. Estas fuerzas son agregadas en un primer momento al tercer batallón, pero el mando republicano de la XIX División ordena su repliegue hacia retaguardia. Sobre las seis de la tarde, las tropas franquistas de la 83 División entran en contacto con las tropas republicanas en el vértice Encanes, entablándose un pequeño combate[5]. Al finalizar el día las tropas franquistas han sido detenidas en el alto del monte, pero han logrado conquistar la localidad de Salsadella y el vértice Pla.
Durante el día 21, las tropas republicanas de los Peñascales sufren un fuerte bombardeo a cargo de la artillería franquista pero, aun así, los ataques de la infantería son rechazados. No ocurre lo mismo en el monte la Solana, el cual es conquistado por estas fuerzas al finalizar la tarde. Las tropas republicanas del Encanes han perdido contacto con su flanco derecho y, aunque en su parte de guerra aseguran que han causado al enemigo unas doscientas bajas, las tropas franquistas sólo anotarán en su diario la pérdida de 10 soldados muertos y 78 heridos, los cuales serán trasladados al puesto de socorro instalado en Salsadella.
El día 22 se vuelve a intentar conquistar el vértice Encanes. Durante toda la mañana cientos de proyectiles estallan en las posiciones republicanas, a la vez que la infantería franquista intenta avanzar por entre las vaguadas y peñascales protegida por los disparos de sus ametralladoras. Su avance, una vez más, es detenido por las tropas republicanas. Pero, por la tarde, un batallón de tropas moras (Mehala de Gomara) efectúa una maniobra de envolvimiento por la parte izquierda del vértice Encanes con la intención de atacar por la retaguardia a las tropas republicanas. Éstas, para no verse cogidas entre dos fuegos, se retiran hacia las nuevas posiciones de Pedra Seca y el Corral de la Palmavera (meseta cota 600).[6] Al anochecer, fuerzas de la 74 y 79 Brigadas Mixtas intentarán apoderarse del vértice Solana, pero tras tres furiosos ataques no lo conseguirán.
El parte de guerra de la 79 B.M. ensalzará la labor organizativa y valentía de los chóferes de la ambulancia número 3 asignada a la 74 B.M. en su arrojo por trasladar a los heridos hasta el hospital de Cabanes.[7]
El avance de las tropas nacionales por la costa continúa siendo más dificultoso de lo esperado y, aunque el día 22 se conquista el castillo de Xivert y el día 23 su población, los días 24, 25 y 26 sufren fuertes ataques de las tropas republicanas, que intentan recuperar el terreno perdido. Prueba de la dureza de estos combates son las dos medallas militares que las tropas franquistas concederán a sus tropas[8]. La presencia en el mar de los cañoneros Canalejas y Cánovas y del minador Vulcano facilita la conquista de la Sierra de Irta por las tropas nacionales, aunque la población de Alcocéber quedará, de hecho, en tierra de nadie.
Tras los combates en el vértice Encanes, la 83 división nacional ha podido avanzar hasta la cota 600 (masía les Vaqueres). Su avance es lento y sus tropas se ven obligadas a ser constantemente apoyadas por la aviación y la artillería, pero durante los días 26 y 27 sufre fuertes contraataques a cargo de la 209 Brigada Mixta.[9]


LOS COMBATES EN LA COTA 600.
Después de los combates del vértice Encanes, Pedra Seca y el Corral de la Palmavera, las tropas republicanas de la 79 Brigada Mixta son relevadas por fuerzas de la 209 Brigada Mixta, que han llegado recientemente a este frente y se halla completa de efectivos. Su misión es contraatacar a las tropas franquistas apostadas en la meseta de cota 600 (Les Vaqueres). Esta posición fue conquistada el día 25 por tropas franquistas pertenecientes al 13º Batallón de Zamora y a la 3ª Bandera de Falange de Asturias.
El día 26, a las 12 horas, tropas republicanas pertenecientes a la 209 B.M. avanzan por el terreno cortado en bancales y sorprenden a las tropas franquistas del 13º batallón de Zamora, enzarzándose en un furioso combate cuerpo a cuerpo. Los republicanos conquistan algunas posiciones pero no toda la meseta. Sobre las tres de la tarde se vuelven a lanzar contra las posiciones franquistas pero éstas, protegidas por la aviación y la artillería, desbaratan los ataques republicanos. Por la noche, las tropas de la 209 B.M. vuelven a atacar, pero con idénticos resultados.[10]
A primeras horas del día 27, las tropas republicanas vuelven a contraatacar las posiciones franquistas, que se ven en la necesidad de ser apoyadas por dos compañías del 2º Batallón de Zamora, pues están a punto de ser desbordadas. A las 14 horas las tropas republicanas apoyadas por artillería vuelven a atacar, pero la artillería franquista frustra de nuevo el ataque. Una hora después se vuelve a contraatacar, pero el fuego de barrera de la artillería franquista impide cualquier intento de penetración, de modo que al final de la tarde las tropas republicanas se retiran y se establecen defensivamente a trescientos metros de las trincheras rebeldes.
Entre los días 28 de abril y 4 de mayo de 1938 se paralizan los combates debido tanto al fuerte temporal de lluvias que azota la zona como al agotamiento físico de los combatientes. El ejército republicano endurecerá las medidas disciplinarias, pues ha sufrido un gran número de deserciones en los últimos combates. Durante estos días, las tropas republicanas se dedicarán a la fortificación de sus posiciones. Así, fuerzas de la 209 B.M. se atrincherarán en las Vaqueras y fuerzas pertenecientes al 2º batallón de la 79 B.M. lo hará en las vaguadas -a la derecha de esta posición, hasta el Mas del Tirijà.[11]
La población de Cuevas de Vinromá es un hervidero de tropas y, por lo tanto, se  convierte en objetivo de la artillería franquista, que la somete a bombardeos continuos durante estos días[12]. La población civil es obligada a evacuar el pueblo, dirigiéndose la mayoría de sus habitantes hacia las poblaciones de Benlloch, Vall d´Alba y Castellón. Las fuerzas del cuarto batallón de carros de combate, compuesto por cuatro tanques T-26 de fabricación soviética y cinco vehículos blindados armados con ametralladoras, serán los encargados de proteger la carretera hacia Castellón. El surtidor de gasolina de Cuevas de Vinromá será incautado por las tropas republicanas para aprovisionar sus vehículos.
La noche del 3 de mayo, dos soldados asturianos desertan de las filas nacionales y advierten a las tropas republicanas de la 209 B.M. de un inminente ataque a sus posiciones. Rápidamente se distribuye entre las fuerzas republicanas doble dotación de cartuchos y de bombas mano.[13] La guerra está a solo cinco kilómetros de Cuevas de Vinromá.
 Durante estos días de caótico frenesí se producirá en Cuevas de Vinromá un hecho dramático: el asesinato de tres civiles -Rosa Sancho Nos, de 72 años; Francisco Ferrando Ciurana, de 37 y Miguel Pastor Vall, de 60- a manos, presuntamente, de soldados pertenecientes a la 209 B.M. A los dos últimos se les desvalijó la casa y después se les disparó a la cabeza[14]. Desconocemos los motivos que llevaron a este luctuoso suceso. Asimismo, también se procedió a la ejecución de varios soldados republicanos acusados de fascistas o desertores, la mayoría de ellos reclutas de reciente incorporación; éstos fueron ejecutados en el puesto de mando de la brigada, ubicado en una cueva a dos kilómetros al sur de Cuevas de Vinromá.

Dos vistas del puesto de mando de la 209 Brigada Mixta, en Cuevas de Vinromá, donde presuntamente fueron ejecutados varios soldados republicanos. En el argot militar este puesto se conocía como “la picadora de carne”.

LOS COMBATES DE LA COTA 300.
El 4 de mayo de 1938, las tropas franquistas reciben la orden de avanzar en todo el frente del Maestrazgo hasta alcanzar, en toda su línea, el foso del río San Miguel. Al amanecer de este día toda la artillería de la 83 División y de la 4ª División bombardea durante dos horas la totalidad de las posiciones republicanas. Proyectiles de todos los calibres se estrellan contra las precarias defensas republicanas. Sobre las nueve de la mañana, 34 Heinkel 111 de la Legión Cóndor bombardean la carretera de Castellón con 50 toneladas de bombas.[15] La defensa antiaérea republicana compuesta por dos baterías de cañones rusos de 76,2 mm y varios cañones Oerlikon de 20 mm no consiguen derribar ningún aparato. Tras la preparación artillera, la infantería franquista se lanza a ocupar las trincheras enemigas; en un primer momento, éstas resisten, pero al atardecer empiezan a ceder terreno. Poco a poco, las defensas republicanas van cediendo ante el empuje franquista que utiliza su artillería pesada para reducir los focos de resistencia. Las tropas de la 209 B.M. se ven desbordadas por los flancos y no les queda otra opción que retirarse progresivamente hasta la siguiente línea de defensa. Solo el vértice Calapí resiste los ataques franquistas. Allí, las tropas de la 107 B.M. soportan el empuje de la 4ª de Navarra, pero el resto del frente -desde Cuevas hasta el mar- ha cedido. En los montes de Murs la resistencia republicana ha sid

o muy fuerte, pero al final también es desbordada.
El día cinco amanece lluvioso, pero las tropas franquistas deben de proseguir su avance pues, si dan un minuto de tregua al enemigo, éste volverá a fortificarse. Toda la artillería disponible bombardea el monte Calapí o vértice Caballo; esta vez las tropas republicanas son atacadas de frente por la 4ª de Navarra y por el flanco izquierdo por tropas de la 83 División. Los republicanos se retiran, pero se combate fuertemente en el sector de la Basseta d’Animetes. Sobre la 9 de la noche el 1º batallón de Zamora y dos compañías del batallón Mehala-la Gomara se infiltran entre las tropas republicanas, cortando la carretera Alcalá de Xivert - Cuevas de Vinromá y ocupando la cota 300. Durante la noche, un fuerte contraataque republicano impide la total ocupación de esta importante cota por parte de las tropas franquistas.
Durante el día seis, las tropas rebeldes ocupan en toda su extensión el foso del río San Miguel, con la excepción de una pequeña loma al Este de la localidad de Cuevas de Vinromá, que pasará a los anales de la historia militar como la Cota 300. Todo el ejército republicano -salvo el cuarto batallón de la 79 B.M.- se encuentra parapetado en las excelentes defensas del río San Miguel; éstas han sido construidas por batallones de fortificación y personal civil mientras se estaba combatiendo en las Vaqueras, en Murs, en Irta, y ahora tras ellas se lame sus heridas y se presta a una defensa a ultranza para impedir el avance franquista hacia Valencia. La llegada al foso del río San Miguel ha costado más de 200 bajas, entre muertos y heridos, al Ejército Franquista en sólo tres días de combate. Por su parte, el Ejército republicano ha registrado en este mismo período de tiempo más de 150 prisioneros y un número considerable de muertos y heridos, pero ahora se encuentra en una posición defensiva muy fuerte y se obstinará en la conquista de la cota 300 para impedir la caída en manos franquistas de la población de Cuevas de Vinromá, pues sabe que mientras disponga de tropas en esa cota la conquista de la población es imposible.
El goteo de prisioneros y evadidos del ejército republicano es constante en estos días. Así, por ejemplo, una sección de cinco hombres de la sección de transmisiones de la 6 División, con el pretexto de recoger el cable de comunicación con la 107 BM, se esconden en una alcantarilla de la carretera Alcalá-Cuevas y al anochecer se entregarán a las tropas nacionales del 2º Batallón de Argel que ocupan la cota 300. Tambien se pasa a las fuerzas franquistas el sargento de sanidad de la 107 B.M. Antonio Villaplana López, el cual informa que dicha brigada solo dispone de una ambulancia con cuatro camillas y que ha tenido unas 300 bajas en siete días de operaciones. Para evitar estas continuas deserciones, el ejército republicano endurece constantemente las medidas disciplinarias procediendo al fusilamiento a la más mínima indisciplina. Un detalle de la misma nos viene referido en un escrito del comisariado de la 79 B.M. en el cual denuncia a la superioridad que: dos soldados y un cabo del cuarto batallón sin la debida autorización abandonaron sus parapetos y entablaron conversación con el enemigo pudiéndole facilitar de este modo cierta información que afecte a nuestra victoria final. A raíz de lo anterior, exige el relevo inmediato de la compañía que ocupa la posición contigua al enemigo y que estaba presente en dicha parlamentación, la degradación del comisario político de dicha compañía y el fusilamiento del cabo Librado Carrillo Chica como autor del delito de alta traición.[16] Ignoramos si se cumplió la orden de fusilamiento. Asimismo, el parte de comisariado del cuarto batallón de la 79 B.M. informa sobre la detención de dos soldados heridos por autodisparo y otro por haberle encontrado 12.350 pesetas, que dice haberlas encontrado en una masía y sin embargo no las había entregado. Tal vez estos soldados fueron los que acabaron ejecutados en el puesto de mando de la 209 B.M.[17]
Durante los días 6 al 10 de mayo el frente permanece tranquilo, solo alterado por los continuos bombardeos de artillería, dedicados a hostigar los trabajos de fortificación de ambos contendientes. Las tropas de zapadores franquistas instalan alambradas portátiles, a modo de caballos de Frisia, delante de sus trincheras y en una extensión de ciento cincuenta metros. Asimismo, las tropas republicanas localizan la construcción de dos puestos de fusiles ametralladores en los flancos de las posiciones de la cota 300.
A las 6 de la madrugada del 11 de mayo empieza una fuerte preparación artillera sobre las posiciones franquistas de la cota 300. Las tropas de la 3ª Bandera de Falange de Asturias y la 3ª Bandera de Falange de Galicia empiezan a recibir cañonazos procedentes de las baterías republicanas de 76.2 mm y 105 mm instaladas en las cercanías de Villanueva de Alcolea. Al mismo tiempo varios carros de combate T-26 y vehículos blindados pertenecientes al 4º Batallón de carros de combate cruzan la población de Cuevas de Vinromá y ataca por el flanco derecho a las tropas franquistas. Inmediatamente después, sobre las ocho de la mañana la infantería republicana se lanza al asalto: las tropas del cuarto batallón de la 79 B.M. avanzan rápidamente y llegan hasta las alambradas enemigas, entablándose una feroz lucha en la que las granadas de mano estallan por doquier. La artillería franquista responde al ataque y comienza a bombardear a las tropas republicanas con artillería de 75 mm, 105 mm y 65 mm ubicadas en la vaguada al oeste del vértice Caballo, cerca de la masía del Paresant. A pesar de esta fuerte presión artillera, las tropas republicanas poco a poco se apoderan de las primeras trincheras nacionales y, a pesar de sufrir fuertes pérdidas, no cesan en su empeño de ocupar toda la posición enemiga.
Sobre las 13:30 horas, dieciséis aparatos republicanos ametrallan las posiciones nacionales[18], lo que favorece que la infantería republicana conquiste nuevas trincheras franquistas en la cota 300, capturando dos fusiles ametralladores Fiat y varios mosquetones, así como a un soldado herido en la espalda.[19] Alrededor de esta hora, la artillería franquista concentra sus fuegos sobre la unidad de tanques que intenta avanzar por la carretera Alcalá-Cuevas, obligándolos a retroceder. Sobre las 17:30 horas, las fuerzas franquistas de las banderas de Falange apoyadas por el batallón de infantería de Argel intentan reconquistar las posiciones perdidas. Apoyados por la artillería las tropas franquistas contraatacan fuertemente a las ya menguadas fuerzas republicanas que, aunque se han instalado en las trincheras enemigas, son definitivamente desalojadas de ellas, retirándose a sus posiciones de partida.

Recordatorio de un falangista muerto en la cota 300. Demasiada sangre derramada por un pedazo de tierra que los dos bandos se obstinaron en mantener.

Al oscurecer, las tropas de la 3ª Bandera de falange de Asturias[20] y de Galicia[21] son relevadas por el Regimiento de Infantería de Argel nº 27; sus bajas se acercan al 50 por ciento de sus efectivos: 30 muertos y 137 heridos. En consecuencia, el mando franquista ordena su relevo. Las banderas reciben como recompensa la Medalla Militar Colectiva (Orden de concesión de 13 de marzo de 1939 B. O. numero 79).[22]
Fernando Martínez Grana en su obra “Estelas de José Antonio. La tercera Bandera de Asturias” relata así los hechos:
Han caído hechos trizas, pero no capitularon, y es que no podían ser de bronce, pero tampoco fueron de cera. Alguien empleó el símil de que eran como el vidrio. Exactamente. Se despedazaron mil veces sin esperanza de reconstrucción de vida, pero jamás se rindieron, ni entregaron, ni consintieron pactos; jamás se doblan.
Corría la noche del 10 de mayo, sobre la también llamada “loma Verde” una selva de fusiles y bayonetas, envueltas en una oscuridad profunda…
Continuamente reventaban nuestras trincheras, volaban sus elementales reductos…
Lucha horrible cuerpo a cuerpo. Todo el sector arde en explosiones. La cota 300, centinela celoso que eleva la punta de su bayoneta al cielo, queda materialmente teñida de rojo por la sangre derramada…
No se lucha simplemente contra una masa superior en número, sino contra todos los elementos de guerra más destructivos y modernos, inútilmente empleados. Veintitantos aviones en vuelo incesante vomitando explosiones que revientan a nuestra “Loma Verde” en surtidores gigantescos de metralla y carne quemada…
La cota 300 se mantuvo durante todo el tiempo envuelta en penachos de humo y nubes de polvo…
Son los falangistas valerosos de la 3ª Bandera de Asturias con su centuria de Pravia y con ellos otros camisas azules de Galicia, curtidos por la lucha del Escamplero y San Claudio…

Restos de una granada de mano que no llego a estallar, prueba inequívoca de la dureza de los combates. Fotografía del autor.

Plan de fuegos de la artillería franquista para batir la cota 300. Se pueden identificar una batería de 105/22, dos baterías de 65/17,  una batería de 75 mm y una batería de obuses del 105/11 -las tres primeras en la vaguada al oeste del vértice Caballo, cerca de la masía del Paresant, y las dos restantes en la carretera Salsadella-Cuevas, a la altura del empalme con la carretera de Tírig.

Los republicanos, según fuentes franquistas, dejan en el campo de batalla más de doscientos cadáveres y abundante material. Numerosos cadáveres de soldados republicanos que no han podido ser evacuados se quedarán entre las vaguadas descomponiéndose; sólo al final de los combates, cuando la gente de Cuevas de Vinromá vuelva a sus hogares, personal civil anónimo dará sepultura en las mismas trincheras a los restos que aún queden.

Dos imágenes de las posiciones republicanas en la cota 300 vistas desde las primeras trincheras de las posiciones nacionales. La fotografía superior nos muestra el flanco izquierdo; éste estaba batido por las ametralladoras del batallón de Zamora y el avance de la infantería resultaba imposible. La fotografía inferior nos muestra el flanco derecho de la cota, por donde asaltó la infantería republicana las trincheras nacionales, cubriendo su avance por las barrancadas que desciende hacia Cuevas de Vinromá. Fotografías: Ángel Monreal.

Dos fotografías de las trincheras nacionales de la cota 300. Estas fueron las primeras defensas que conquistaron los republicanos, y que luego tuvieron que abandonar ante el contraataque del Regimiento de Argel. Delante de las trincheras se encontraba la alambrada; en un primer momento se trataba de una simple empalizada de alambre de espino, pero al final de los combates llegó a tener hasta tres líneas de piquetes. Los numerosos restos hallados de metralla y de pedazos de granadas de mano atestiguan la tremenda dureza de la batalla.
Fotografías: Ángel Monreal.


Durante los días 12, 13 y 14, la situación en la cota 300 es de tranquilidad relativa, dedicándose los soldados de ambos bandos a perfeccionar sus defensas y reabastecerse de munición. Aun así, todos los días se produce algún que otro bombardeo de artillería y disparos de mortero contra la cota 300 y la localidad de Cuevas de Vinromá, la cual se encuentra abandonada por la población civil, y por la que sólo circulan algunos soldados encargados de proteger el movimiento de los tanques republicanos. Según informes franquistas sobre declaraciones de prisioneros republicanos, la población se halla saqueada y abandonada.
Un informe de la 79 B.M. emitirá sobre las defensas franquistas: Se aprecian alambradas de un metro de altura y tres de fondo, constando dicha alambrada de tres líneas entrecruzadas. Una trinchera con muro de piedra y encima sacos terreros hasta cubrir casi la altura del tirador.
La 4ª División de Navarra pasa entonces a trasladarse al sector de Catí, mientras que la 83 División se encargará de proteger defensivamente todo el sector que va desde Cuevas de Vinromá hasta el mar.
El 15 de mayo vuelve a ser un día sangriento en la cota 300: a las 6 horas  empieza una fuerte preparación artillera sobre las posiciones nacionales. Al mismo tiempo, el 4º batallón de carros de combate y tropas de infantería intentan avanzar por la carretera Cuevas-Alcalá para envolver el flanco derecho de la cota 300. También es bombardeado con artillería el flanco izquierdo de la cota 300, protegido por el 13 batallón de Zamora, el cual empieza a sufrir bajas. Esta vez es el 2º batallón de la 79 B.M. el que se tiene que lanzar al asalto de las trincheras enemigas de la cota 300, denominada por los republicanos “El Atajo”. Por dos veces las tropas republicanas llegan a poner pie en las trincheras defendidas por los franquistas, quienes se ven en la necesidad de ser reforzados con los restos de la 3ª Bandera de Falange de Galicia. Sobre el mediodía se combate cuerpo a cuerpo en el interior de la posición, pero la irrupción de los aviones de la Legión Cóndor en servicio de ataque en cadena desbarata todo intento de penetración republicana. Las tropas de la 79 B.M., ante el ataque de la aviación y la lluvia incesante de proyectiles de mortero, se retiran a sus posiciones de partida, dejando en el campo de batalla -según fuentes franquistas- 68 cadáveres y numerosos heridos.
Por su parte los nacionales deben lamentar la pérdida de 11 muertos y 107 heridos, entre ellos un capitán y un alférez del batallón de Argel, resultando también herido de consideración el capellán castrense de la 3ª Bandera de Galicia José Fernández Parada, al cual concederán la medalla militar (orden de concesión 21 de mayo de 1938 D.O. número 580) por animar a sus hombres y a los del Batallón de Argel a pesar de las heridas recibidas.[23]
La dureza de los combates empieza a hacer mella en los combatientes; así, el 16 de mayo tres soldados pertenecientes al 2º batallón, 314, de la 79 B.M. desertan y se pasan a las fuerzas franquistas por el sector de Cuevas de Vinromá.[24] Por su parte, las tropas franquistas también anotan en el parte de operaciones relativo al día 17 la presencia de un desertor en sus filas: el cabo Manuel Fernández Rodríguez, perteneciente a la tercera bandera de Asturias.[25]

Antonio Blanquer Miralles, natural de Alcoy. El 15 de agosto de 1937 se incorporó al Ejército Popular de la República, partiendo desde Alicante a Jaén el 10 de septiembre de 1937. El 18 de abril de 1938 es trasladado a Castellón, para frenar el avance franquista hacia la capital de la Plana. El 15 de mayo fallece en el ataque efectuado en la cota 300 al frente de un pelotón de soldados del que era cabo. En el momento de su muerte estaba encuadrado en la 4ª compañía del 2º Batallón, 314, de la 79 Brigada Mixta. Su cuerpo nunca fue recuperado.
Fotografía facilitada por Ana Gisbert de Elio. Sobrina-nieta.

En la madrugada del día 18 de mayo, fuerzas de la 79 B.M. intentan un golpe de mano sobre las posiciones nacionales de la cota 300. Sobre las 2 horas, y observando que hay movimiento en las trincheras enemigas, una compañía republicana ataca la posición enemiga con bombas de mano; su misión: la de capturar prisioneros para obtener información sobre las actividades enemigas. Las tropas franquistas que se encuentran trabajando en las defensas de primera línea se defienden con granadas de mano, y la artillería y morteros nacionales bombardean intensamente tanto la población de Cuevas de Vinromá como las vaguadas del río San Miguel.
El parte de operaciones de la 79 B.M. emitirá: No se pudo conseguir, a pesar de todos los esfuerzos, capturar ni un soldado enemigo, ya que nuestros soldados solo llegaron a unos 5 metros de las trincheras de las que no salió el enemigo, pues repelió el ataque lanzando rápidamente gran cantidad de bombas de mano y fuego de morteros.
El ataque se salda con diez bajas republicanas -no menciona el parte si son muertos o heridos-, y aproximadamente unas veinte entre las fuerzas de fortificación. Las tropas franquistas lamentarán como resultado del golpe de mano la muerte de un alférez y dos soldados, así como también 10 soldados heridos.[26]

 Restos de trincheras republicanas en la cota 300. La fotografía superior nos muestra las trincheras que protegían el flanco derecho republicano en dicha cota, amenazado por las tropas del 13 batallón de Zamora.
En la fotografía inferior, los restos de un refugio republicano en la cota 300. Los soldados debían pasar los largos bombardeos artilleros metidos en estos refugios para protegerse de las explosiones. En tiempo de lluvia estos refugios se solían llenar de agua, siendo necesario extraerla paro no coger enfermedades y poder descansar con un mínimo de comodidad.
Fotografías: Ángel Monreal.

Sobre las 7 horas, una veintena de Junkers JU-52 bombardean los alrededores de la masía Villaplana y alrededores de Torre D´Endoménech, ametrallando la carretera de Castellón[27] sin notables resultados. La artillería antiaérea republicana reacciona, pero no logra derribar ningún aparato.
Durante el resto del mes, la situación en Cuevas de Vinromá y la cota 300 es de relativa tranquilidad, esto es, se producen los acostumbrados bombardeos de artillería realizados por ambos contendientes y los vespertinos tiroteos desde las posiciones enfrentadas, que ocasionan un goteo incesante de heridos y de muertos.
El 11 de junio de 1938, las tropas nacionales ocupan por fin las trincheras republicanas de la cota 300 y la población de Cuevas de Vinromá. Los republicanos las habían abandonado el día anterior ante el peligro de verse embolsados por los avances franquistas hacia la localidad de Borriol. Tras dos meses de sangrientos combates la guerra llega a la capital de La Plana.
La cota 300, tras un mes y medio de combates, es un sitio árido, quemado y desolado. Las explosiones de los obuses han levantado enormes cráteres por doquier, las trincheras de los dos combatientes han cicatrizado toda la montaña y por todas partes hay municiones, bombas sin estallar, latas vacías de comida, alambradas rotas y, aquí y allá, algún resto humano que ha quedado por enterrar y que no deja de recordárnos el precio humano que cada guerra tiene.

Restos de una granada de mano modelo Lafitte. 75 años después, los restos de la guerra siguen vigentes en la cota 300, como recuerdo de la dureza de los combates allí entablados.
En la página siguiente, tres fotografías de diferentes huellas de la Guerra Civil en la cota 300: restos de alambrada, de una granada Lafitte y un vaso de un proyectil antiaéreo soviético de 76,2 mm utilizado por los republicanos.



Artículo de:
José Vicente Moya Julve.


[1] Fuertes Palasí Juan, Mallench Sanz Carlos. LA BATALLA OLVIDADA. Ediciones Divalentis 2013. Página 91.
[2] Moya Julve José Vicente. ALCALÁ DE XIVERT Revolución, Guerra y Represión. Ediciones Centre d´Estudis del Maestrat. 2005. Página 95. El bombardeo fue llevado a cabo por la 3ª escuadrilla de chatos  I-15, averiando tres tanques y matando a numerosos animales de carga -en concreto, 29 mulos y 3 caballos.
[3] Esta brigada había sido desplazada desde el frente de Madrid para taponar el avance franquista por la costa en dirección a Castellón. Se hallaba instalada en las primeras estribaciones de la Sierra de Irta y apoyada por un pequeño grupo de carros blindados T-26.
[4] Servicio Histórico Militar de Ávila. Documentación de la 79 Brigada Mixta. Armario 76. Legajo 1222. Carpeta 4.
[5] SHMA. A.79, L.1200, C. 4
[6] SHMA. A.37, L.3, C.20.
[7] Los chóferes de esta ambulancia eran el cabo Diego Álvarez López y el soldado Andrés Arguiñosa Funes. Al parecer, era la única ambulancia disponible en este momento en el frente; el resto de heridos eran transportados en artolas a lomos de mulos.
[8] Las medallas militares individuales se concederán al cuarto batallón del regimiento Bailen nº 24, en las personas de Julián Sánchez Infantes y José Carballeira Guerrero por su valor en los combates acaecidos el día 24 de abril en los montes de Murs.
[9]González García Clemente. LAS ÚLTIMAS HORAS DEL EJERCITO REPUBLICANO EN CASTELLON. Ediciones. Pata Negra 2012. Páginas 187-189. La 209 Brigada Mixta llegó el día 23 de abril a Cuevas de Vinromá y dos días después se encontraba combatiendo en las Atalayas de Alcalá contra la 83 División Nacional. Al parecer, esta unidad poseía un marcado carácter comunista, pues procedía de la División del Campesino y según declaración de testigos se vio envuelta en el asesinato de tres civiles en la población de Cuevas de Vinromá.
[10] SHMA. A.37, L.3, C.19, D.2.
[11] SHMA. A.76, L.1222, C.4.
[12] El parte de operaciones de la 79 Brigada Mixta anotará el día 1 de mayo: Ligero bombardeo de artillería sobre la población de Cuevas de Vinromá a las 17 horas.
[13] Moya Julve J. V. Alcalá de Xivert… página 143.
[14] González García Clemente Las últimas horas… página 188.
[15] Salas Larrazábal Jesús. Guerra Aérea III. Ediciones IHCA. Madrid 2001. Página 172
[16] SHMA. A.76, L.1222, D.1. Estos hechos ocurrían el 8 de mayo de 1938, cuando los parapetos de la cota 300 estaban separados prácticamente por sólo cien metros de distancia.
[17] SHMA. A.76, L.1222, D.2. No tenemos documentación relativa a si estas personas fueron ejecutadas o no, pero no sería de extrañar, pues la mutilación por autodisparo estaba castigada con la pena máxima.
[18] Se trataba de una escuadrilla de I-15 Chatos apoyados por la 1ª y 3ª escuadrilla de I-16 Moscas.
[19] El prisionero en cuestión se trata de Toribio Margareto Pérez, de 21 años de edad y natural de Media de Rioseco, perteneciente a la cuarta centuria de la 3ª bandera de Falange.
[20] La 3ª Bandera de Asturias, fue creada el 2 de mayo de 1937 en el frente de Asturias en las posiciones de Cudillero sector de Genestoso.
[21] Se organiza esta Bandera en el mes de octubre de 1937 en la plaza de Tineo (Asturias) a base de cuatro núcleos de Milicias ya existentes: Batallón de voluntarios de Pontevedra, 2ª Compañía de Milicias Nacionales de Vigo, 7ª Bandera de Falange de La Coruña y una centuria de la 1ª Bandera de Falange de Oviedo.
[22] Casas de la Vega Rafael. LAS MILICIAS NACIONALES 2. Editorial Nacional. Madrid 1977. Página 610.
[23] SHMA. A.37, L.3, C.20, D.3.
[24] SHMA. Documentación relativa a declaraciones de prisioneros y evadidos. Los desertores son tres jóvenes naturales de Esparragosa de Lares (Badajoz): Antonio Castejada Delgado, Alfonso Sánchez Roncero y Antón Gil Blanco, todos pertenecientes al servicio de intendencia del 2º batallón de la 79 BM. Se escondieron todo el día en una cueva, y por la noche cruzaron las líneas enemigas sin armamento. 
[25]SHMA. Parte de operaciones de la 83 División Nacional relativo al 17 de mayo de 1938.
[26] AHMA: el alférez fallecido se trata de Emilio Cabezón, perteneciente al 13º Batallón de Zamora. Los heridos pertenecían tres al Batallón de Argel, dos al 13º de Zamora, dos a la Bandera de Galicia y dos más al Batallón de Zapadores.
[27] AHMA. A. 76, C.4, L.1222, D.1.

domingo, 24 de agosto de 2014

1ª EXCURSIÓN Muntanyes de la Guerra. 14 de septiembre

El próximo 14 de SEPTIEMBRE, y colaborando con Asociación Sierra de Espadán, tendrá lugar una visita-conferencia al Castillo de Castro, en Alfondeguilla, contando con nuestro compañero Carlos Mallench como conferenciante durante la ruta.

Los datos sobre esta ruta los podéis encontrar en este enlace: 


La dificultad del recorrido será MEDIA-ALTA, con un recorrido aproximado de 11km.

La fecha límite de inscripción será el 12 de septiembre.

Esperamos os animéis y nos acompañéis en esta visita-conferencia organizada por nuestros amigos de la Asociación Sierra de Espadán.


miércoles, 20 de agosto de 2014

UNA MONJA CAPITÁN GENERAL

Sor Martina Vázquez
Yo era un niño de seis o siete años y lo recuerdo vagamente. No sabría decir el motivo pero, cada vez que pasábamos por allí, mis padres solían parar en la cuneta y al pie de la pequeña cruz rezaban una breve oración por sor Martina, para continuar enseguida el viaje. Junto a la carretera de Vall de Uxó a Segorbe ha estado siempre, era uno más de los pequeños altares conmemorativos de las víctimas de lo que durante el franquismo se denominaron los “crímenes del periodo marxista”.
Monolito Conmemorativo de Sor Martina Vázquez
En aquel entonces, durante los sesenta, a pesar de haber pasado más de un cuarto de siglo, los excesos cometidos por las hordas durante aquella “dominación roja” continuaban estando muy presentes. Los lugares donde fueron asesinados los mártires, destilaban un halo especial de veneración para toda una generación que había mamado la exaltación del sacrificio de los caídos durante la “Cruzada”, holocausto debidamente avivado por el nacional-catolicismo. Como se ve, no faltaban epítetos para detallar aquellas masacres y condenar a los criminales que las llevaron a cabo. 

Lo que no sospechábamos, ni seguramente supieron tampoco sus verdugos, era la personalidad de la religiosa allí asesinada, una monja que fue nada menos que Capitán General.

 
Su nombre civil era el de Martina Vázquez Gordo y había nacido en Cuéllar (Segovia) en 1865. Digamos que su nombre entra en la historia del Ejército Español a raíz del desastre de Annual, en 1921. En aquel entonces, ante la magnitud del triste episodio en el que murieron diez mil españoles y el repunte de los acontecimientos bélicos en la aventura colonial,  se hizo perentoria la necesidad de enfermeras y sanitarias para asistir a los soldados heridos en la guerra de África. Allí fue enviada sor Martina como responsable de 42 Hijas de la Caridad para hacerse cargo de los centros sanitarios militares en Melilla.

 
 Ante la ausencia de medios materiales, viendo el más que lamentable estado de las cosas, con soldados que fallecían durante el transporte o la falta de espacio donde asistirlos, sor Martina tuvo que bregar contra todas las dificultades que desde las altas instancias se le presentaban. Con los barracones Docker del Hospital Militar de Melilla completamente repletos de heridos, la religiosa solicitó  la cesión del casino de oficiales para disponer de más espacio. El hecho es que a la oficialidad no debió gustarle la continua intromisión de aquella monja en “sus asuntos”.
Ni corta ni perezosa sor Martina se puso en contacto con el Ministro de la Guerra, a la sazón don Juan de la Cierva y Peñafiel, exponiéndole las trabas que en el ejercicio de su labor se topaba continuamente con aquella caterva de gerifaltes, mientras los soldados españoles se desangraban.
Ante este estado de cosas el Ministro nombró a la monja Capitán General a través de un telegrama.  A los militares no les cupo más remedio que obedecer sus órdenes y sor Martina continuó, ahora sin trabas, con la organización de los hospitales militares en la guerra del Riff.

 
En el siguiente episodio sor Martina se nos aparece ya en Segorbe, donde ejerció muchos años. La guerra civil acaba de comenzar y aquella monja que había sido Capitán General contaba ya con 71 años. En la capital del Alto Palancia fue nombrada Superiora del Hospital. A la altura del mes de octubre de 1936 la vorágine revolucionaria no había menguado y las persecuciones religiosas y los asesinatos seguían produciéndose en uno y otro lado. De esta manera, el día 4 de aquel mes, ya anochecido, tres hombres: Pedro López Sánchez, Manuel Fenollosa Medina (Marchén), y Emilio Pérez Montoro (el Escobero) fueron a buscarla con la excusa de conducirla a declarar al Gobierno Civil de Castellón. En la calle esperaba el coche junto con el conductor y otro hombre más, Manuel Chagoyen López (Navarro). Apenas arrancado, el automóvil quedó averiado por lo que el grupo detuvo a otro conductor que por allí transitaba, siendo obligado a punta de pistola a realizar el funesto transporte.
Seguramente, los detalles de lo que sucedió a partir de aquí mezclen trazos de dramática realidad con la mencionada exaltación con la que se trató el suplicio de sus mártires durante todo el periodo franquista. El caso es que la historia cuenta que sor Martina, sabedora de su fatal destino, pidió a sus ejecutores que lo que tuvieran que hacer lo hicieran allí mismo sin necesidad de ir más lejos. El coche había llegado al desvió en el que la carretera tomaba la dirección hacia Algar-Vall de Uxó-Castellón.
Tras descender el grupo, sobre la misma cuneta, los milicianos le ordenaron que se diera la vuelta. Sor Martina se negó y, tras perdonarles por lo que iban a hacer, el tal Marchen le descerrajó un disparo de escopeta en plena cara. Todavía con vida, yaciendo en el suelo entre quejidos de dolor, fue rematada con otra descarga en el vientre.
Se dice que, de muchachos, sus verdugos habían sido alimentados por ella en el Comedor de la Caridad que las hermanas tutelaban en la ciudad segorbina.
Al día siguiente su cadáver fue descubierto por un vecino de Algar que lo recogió y trasladó con el carro hasta el pueblo, donde fue enterrada. Al finalizar la guerra sus restos fueron llevados a Segorbe, y en 1959 viajaron de nuevo hasta su pueblo natal de Cuéllar.
Sus asesinos fueron detenidos y ejecutados en la inmediata posguerra.
Sor Martina Vázquez Gordo, la monja que fue Capitán General, fue beatificada en 2013.
Muchos restos de las víctimas de aquel odio exacerbado también esperan hoy su recuperación, su reconocimiento y su dignificación.

jueves, 3 de julio de 2014

La lápida del osario militar del cementerio de Burriana


La Lápida al quedar vacía la sepultura y como recuerdo a los soldados que dieron su vida en Burriana, fue colocada en un lateral exterior de la capilla del cementerio hasta casi finales de los años 70 que se dio orden de retirarla, aunque algunas voces pidieron su destrucción. Se procedió a arrumbarla junto a los muros de la iglesia sin que fueran visibles las inscripciones y allí permaneció muchos años antes de ser guardada en los almacenes del recinto a los efectos de evitar su deterioro y peligro de rotura.



A finales de los años noventa, el Museo Histórico Militar de Valencia conoció la existencia de la lápida y se interesó por ella para exhibirla en el mismo, no hubo ningún obstáculo para su cesión y personal militar se encargó de su traslado a Valencia, donde actualmente se encuentra.

FERNANDO CONDE MONTESINOS

miércoles, 2 de julio de 2014

Los proyectiles sin estallar.



LOS PROYECTILES

Aproximadamente un 30 % de las bombas no estallaban, la mayoría por fallo de la espoleta o tren de fuego. En la imagen podemos apreciar un proyectil de 105 con fallo en la explosión. La espoleta no comunicó suficiente iniciación para la detonación de la carga con lo cual la explosión resultó pobre, afectando sólo a la parte delantera del proyectil y ocasionando una detonación deficiente.

JOSE VICENTE MOYA JULVE

domingo, 15 de junio de 2014

EL OSARIO MILITAR DEL CEMENTERIO DE BURRIANA



Durante el tramo final de la Guerra Civil, en el cementerio de Burriana se habilitó una parcela para que hiciera los usos de Cementerio Militar. Los aproximadamente 215 caídos que el Ejército Nacional sufrió en los combates de noviembre fueron inhumados en dicho cementerio, junto con otros soldados del mismo ejército caídos por otras acciones.
La inhumación se realizaba en fosas comunes y encima de cada cuerpo se colocaba una botella de cristal con sus datos personales. Al no estar debidamente lacradas las botellas, la filtración de la humedad deterioró muchos de los datos y a la hora de realizar la exhumación fue imposible proceder a la identificación exacta de muchos caídos, puesto que además las listas que elaboraron los capellanes militares se extraviaron en esos años, apareciendo posteriormente. 
El Cementerio Militar llegó a contar con 260 sepulturas y se señalizó con cruces forjadas en hierro, y en varios sitios se ubicaron vainas de proyectiles como floreros improvisados.


En 1947, dado que la señalización había sufrido desperfectos por el paso del tiempo, la Jefatura del Movimiento, previo acuerdo con el Ayuntamiento de Burriana, solicitó de la autoridad militar el permiso correspondiente para exhumar aquellos restos de los soldados caídos en combate. 
Concedida la autorización, se construyó un osario al pie de las gradas de la cruz en alto que lo presidía, donde fueron depositándose los restos exhumados hasta que el osario quedó completo, aunque en las fosas comunes quedaron otros restos que no finalmente no fueron exhumados. 
La lápida que cerraba la sepultura fue elaborada por el burrianense D. Francisco Esbrí.
 
En aquel nuevo emplazamiento estuvieron depositados los restos hasta el mes de marzo de 1959, en que fueron nuevamente levantados por orden del Ministerio del Ejército y trasladados en las cajas previstas al efecto al osario Nacional del Valle de los Caídos.

Escrito por:
FERNANDO CONDE MONTESINOS

sábado, 8 de febrero de 2014

TOMÁS AGUILAR MARTÍN. PILOTO DE CAZA DE LA REPÚBLICA


          Desde siempre me han apasionado las fotografías antiguas. Dentro del milagro fantástico que supone atrapar el tiempo en un instante, personajes anónimos en unos casos, queridos en otros, todos ya desaparecidos de entre nosotros, nos miran desde el otro lado del papel. En ese instante captado por la cámara quedan reflejados multitud de detalles anatómicos y psicológicos que, unas veces ponen a prueba la agudeza del observador, y otras, alimentan su fantasía; siempre en el convencimiento de que la imagen está intentando narrar toda una serie de acontecimientos que van mucho más allá de la apariencia del propio soporte fotográfico.
            Fruto de mi afán y mi afición por mantener vivo de alguna manera parte del espíritu de esas personas, llegó a mí, un poco por casualidad, la fotografía de los aviadores republicanos de la base aérea de El Carmolí en Murcia, tomada el día de Navidad de 1938. Dormida durante algunos años en mi carpeta, poco sabía de la historia de uno de los personajes que en ella aparecen, la de Tomás Aguilar (segundo por la derecha), porque poco era lo que Tomás quería contar. Cuando el pasado afloraba a su cabeza la emoción lo alienaba y lo bloqueaba por completo, fenómeno muy frecuente entre aquellos que han vivido tan dura experiencia como es el paso de una guerra y la no menos traumática posguerra. Por eso, esta reseña no pretende ser la su biografía, sino tan solo un simple recorte de todo lo que Tomás ha querido transmitirnos y algún otro que de el, también por casualidad, hemos llegado a conocer.

 25-12-1938. Los pilotos de la base murciana de El Carmolí posan bajo las alas de un Koolhoven FK-51, aparato holandés utilizado en tareas de entrenamiento, caza nocturna i reconocimiento. Armados con dos ametralladoras tenían la misión de interceptar a los bombarderos nacionalistas que, desde Mallorca,  atacaban  Valencia.

Tomás Aguilar Martín nació en 1916, en Casas Bajas, en el Rincón de Ademuz. Habiéndose proclamado la rebelión fascista en julio de 1936 y prolongándose en el tiempo como una verdadera guerra civil, el gobierno de la República se vio en la necesidad de formar nuevos pilotos con los que alimentar la voracidad del frente. La evolución de la situación política internacional forzaría al gobierno republicano a tener que depender, casi exclusivamente, de la ayuda de la URSS (¡y a que precio!). Por aquel entonces el estalinismo se encontraba en todo su apogeo y la URSS, tan alejada y aislada, era una gran desconocida para el mundo occidental. Esta circunstancia favorecía el apoyo militar soviético a la causa republicana española, pasando completamente desapercibida al Comité de No Intervención, que al menos en teoría, prohibía la ayuda militar a cualquiera de los dos bandos enfrentados.
 Dentro de esa ayuda militar soviética se incluía la formación de los futuros pilotos republicanos, quienes, después de pasar una duras pruebas de selección en tierra española, se lanzaban a la aventura de atravesar el Mediterráneo para recalar en el puerto de Odessa y, recorriendo las inmensas extensiones rusas, llegar a la escuela de vuelo comunista de Kirovabad en el Caucaso, donde poder cumplir el sueño de convertirse en pilotos, emprendiendo después el largo camino de vuelta. De esta manera Tomás llegaría a se uno de los selectos alumnos de las cinco promociones de aviadores que se formarían en la Unión Soviética. 
Una anecdota
Ya en España, Tomás Aguilar prestó sus servicios en el mencionado aeródromo 212 de El Carmolí, donde se hallaba la Escuela de Vuelos Nocturnos. Esta base aérea republicana realizaba servicios de escolta, reconocimiento, vigilancia marítima y bombardeos nocturnos. Entre las acciones de defensa costera, los aviones de El Carmolí tenían la misión de impedir la aproximación de los submarinos italianos a las costas, lanzándoles desde el aire sus cargas de profundidad.
El servicio de una de estas misiones fue a corresponder a un piloto castellonense, Joaquín Betoret Oms (en la fotografía, de pie, séptimo por la derecha). Éste, en el momento de partir a cumplir con su trabajo, detectó un sonido extraño en el motor del avión, por lo que pidió que los mecánicos revisaran el aparato antes de emprender el vuelo. En este punto, Tomás Aguilar, de carácter impulsivo y quitándole importancia a aquel supuesto ruido, se prestó voluntario para realizar la misión, aunque no le correspondía.
Dicho y hecho, Tomás despegó. Pero, cuando no habían transcurrido más que unos minutos de vuelo, el motor comenzó a fallar, viéndose forzado a efectuar un aterrizaje de emergencia en un campo de olivos. En el accidentado aterrizaje las alas del avión quedaron destrozadas al chocar con los árboles, y el resto del aparato (el “puro”, como le llamaban), dando varias vueltas, quedó clavado de morro en el suelo. Tomás, consciente en todo momento, había quitado el contacto. Viéndose ileso, se desprendió de los atalajes, alejándose tan rápidamente como pudo de los restos, y un buen rato después fue recogido por una ambulancia.
            Tomás Aguilar participaría en diversas acciones de guerra, pero la más llamativa, por la categoría del piloto enemigo derribado, fue la que protagonizó junto a sus compañeros de escuadrilla al final de la contienda. Una historia que llegó hasta mí por terceras personas, habida cuenta del bloqueo emocional por parte de su protagonista, y del que ya hemos hablado.
            Efectívamente, de resultas de ese combate resultó derribado el aviador Manuel Vázquez Sagastizábal, que en aquellos momentos era considerado como uno de los primeros ases de la aviación nacionalista junto con sus compañeros Joaquín García Morato y Julio Salvador Díaz Benjumea.
Esta es la historia.
El último cartucho de la República: la batalla de Peñarroya
            La ofensiva republicana en Extremadura, conocida como la batalla de Peñarroya, desarrollada por las fuerzas republicanas durante el mes de enero de 1939, ha sido ignorada por la historia oficial, considerándola como una acción menor. Pero nada más lejos de la realidad. Y es que después de la victoria en la batalla del Ebro la magnitud de la derrota republicana en Cataluña era inmensa. Los ejércitos franquistas arrollaban al enemigo empujándolo de manera imparable hacia los Pirineos y la propaganda oficial no podía permitir de ninguna manera que este brillante avance sobre los despojos de la República se viera ensombrecido por la acción de un enemigo que ya se consideraba batido.
Pero durante los primeros días de 1939, a sólo tres meses para el final de la Contienda, el maltrecho Ejército Popular aún iba a jugar la última de sus bazas, poniendo en apuros al somnoliento Ejército del Sur del general Queipo de Llano.  Efectivamente, al mando del general Escobar se iban a poner en movimiento 90.000 hombres que, partiendo desde Badajoz y penetrando en el frente andaluz, amenazarían la retaguardia enemiga y aliviarían la presión fascista sobre la región catalana y sobre Barcelona, entonces capital de la República.
Fue durante esta ofensiva en la que el joven capitán Vázquez Sagastizábal, héroe de la aviación nacionalista, iba a encontrar la muerte. De esta acción, como de tantas otras, la historiografía oficial ha pretendido ensalzar a sus mártires, y en el caso de Vázquez Sagastizábal lo hizo pretendiendo un combate contra un enemigo muy superior en número (nada menos que tres contra doce). Pero la realidad, como enseguida veremos, fue más prosaica, humildemente narrada y reconocida por sus protagonistas directos.
El derribo de Vázquez Sagastizábal
            Finalizada la campaña del Ebro, la aviación republicana había quedado reducida a unos niveles operativos mínimos. Cada vez más, los pilotos rojos debían de emplearse a fondo mediante agotadoras jornadas para mantener una mínima presencia sobre los cielos.
Durante la mencionada batalla de Peñarroya, en una de las misiones de reconocimiento en las proximidades de Pozoblanco (Córdoba), dos escuadrillas de I-15 “Chatos” volaban bastante separadas y a distintas alturas. La verdadera protagonista de la historia fue la tercera escuadrilla, mandada por el teniente Álvaro Muñoz y en la que se encontraba Tomás Aguilar. El teniente Muñoz, en un momento dado, divisó volando de cara hacia ellos pero a más baja altura, una escuadrilla enemiga de Fiat CR-32 “Chirris”, que acercándose cada vez más no daba muestras de haberles visto. En este punto, disponiendo de mayor altura y contando con el factor sorpresa, se dio presto la señal de combate. Todo fue muy rápido, en una sola pasada la escuadrilla de siete “Chatos” derribó a tres Fiat y los paracaídas de sus pilotos aparecieron enseguida en el aire, uno de ellos era el de Vázquez Sagastizábal, su jefe. El resto de los Fiat, ante el desconcierto, sin líder y viéndose en inferioridad numérica, no pudieron hacer otra cosa que dispersarse lo más rápidamente posible. Cuando llegó la segunda escuadrilla de “Chatos” ya estaba todo hecho, prácticamente sin combate, sin heroísmos, sin demostraciones, en una situación donde nada tuvo que ver la pericia ni la veteranía, sólo la fortuna, que se alió totalmente con uno de los dos bandos.
El capitán Vázquez Sagastizábal, con heridas de gravedad, moriría poco después en un hospital republicano de Pozoblanco.

 
Manuel Vázquez Sagastizábal

Esta fue prácticamente la última misión de Tomás Aguilar y de sus compañeros. Pronto llegaría la derrota y el amargo exilio o la terrible posguerra para los que no pudieron o no quisieron huir. Éste fue el caso de Tomás.
La posguerra y la cárcel
            Finalizado el conflicto, Tomás, en el convencimiento de que no había hecho nada malo más que cumplir con su deber, no huyó, quedándose en Valencia donde se encontraba toda su familia. Su propio hermano había sido mecánico de aviones en la zona Nacional. Pero las nuevas autoridades no tardaron en proceder a su detención, siendo encarcelado en la cárcel Modelo. De aquí pronto sería trasladado al monasterio de El Puig, habilitado como prisión. Allí pasó cuatro terribles años prisionero y sobreviviendo en durísimas condiciones. El hacinamiento en los módulos de la cárcel era tal que los presos debían agacharse al pasar por las ventanas, pues los guardianes habían recibido la orden de tirar a matar a través de ellas para “dejar sitio”. Al recordar este tipo de vicisitudes todo el sistema emocional del propio Tomás se venía abajo incapaz de seguir contando nada más.
            Muchos pilotos republicanos tuvieron que afrontar juicios sumarísimos acusados de “haber asesinado” en acción de guerra a sus iguales del bando nacionalista. En este sentido, y aunque me salga un poco del tema, es preciso recordar el comportamiento honorable de la familia del aviador nacionalista Carlos Haya, derribado durante la Contienda. En el juicio celebrado en Valencia contra los aviadores republicanos que lo derribaron, el fiscal les tachaba de “asesinos”, a lo que la viuda y el propio hermano del capitán Haya le respondieron que el aviador no había sido “asesinado”, simplemente falleció durante un combate en el frente.
            Una postura digna de resaltar en un ambiente tan lleno de odio como el que a Tomás le tocó vivir. Pero esto ya es otro tema.  

JUAN FRANCISCO FUERTES PALASÍ
Componente de "Muntanyes de la Guerra-GEBAL"


BIBLIOGRAFÍA:

- “ICARO” Nº 19. Boletín de ADAR (Asociación de Aviadores de la República). 1982
- “ICARO” Nº 20. Boletín de ADAR (Asociación de Aviadores de la República). 1982
- “ICARO” Nº 87. Boletín de ADAR (Asociación de Aviadores de la República). 2006
- “La formación de aviadores de la República: las promociones de la URSS”. Carlos Lázaro Ávila. EBRE 38, Barcelona 2003.
- “La aviación en la guerra española. Héroes de la guerra aérea”. Emilio Herrera Alonso. V Jornadas de Historia Militar (CESEDEN). Madrid 1999.
- “La ofensiva republicana de 1939 en Extremadura: una batalla olvidada”.  Juan Miguel Campanario. “http: //www.uah.es/otrosweb/jmc