Durante el tramo final de la Guerra Civil, en
el cementerio de Burriana se habilitó una parcela para que hiciera los usos de
Cementerio Militar. Los aproximadamente 215 caídos que el Ejército Nacional
sufrió en los combates de noviembre fueron inhumados en dicho cementerio, junto
con otros soldados del mismo ejército caídos por otras acciones.
La inhumación se realizaba en fosas comunes y
encima de cada cuerpo se colocaba una botella de cristal con sus datos
personales. Al no estar debidamente lacradas las botellas, la filtración de la
humedad deterioró muchos de los datos y a la hora de realizar la exhumación fue
imposible proceder a la identificación exacta de muchos caídos, puesto que
además las listas que elaboraron los capellanes militares se extraviaron en
esos años, apareciendo posteriormente.
El Cementerio Militar llegó a contar con
260 sepulturas y se señalizó con cruces forjadas en hierro, y en varios sitios
se ubicaron vainas de proyectiles como floreros improvisados.
En 1947, dado que la señalización había sufrido desperfectos por el paso del
tiempo, la Jefatura del Movimiento, previo acuerdo con el Ayuntamiento de
Burriana, solicitó de la autoridad militar el permiso correspondiente para
exhumar aquellos restos de los soldados caídos en combate.
Concedida la
autorización, se construyó un osario al pie de las gradas de la cruz en alto
que lo presidía, donde fueron depositándose los restos exhumados hasta que el
osario quedó completo, aunque en las fosas comunes quedaron otros restos que no
finalmente no fueron exhumados.
La lápida que cerraba la sepultura fue elaborada
por el burrianense D. Francisco Esbrí.
En aquel nuevo emplazamiento estuvieron depositados los restos hasta el mes de
marzo de 1959, en que fueron nuevamente levantados por orden del Ministerio del
Ejército y trasladados en las cajas previstas al efecto al osario Nacional del
Valle de los Caídos.
FERNANDO CONDE MONTESINOS